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Revista del Área de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UdelaR (Uruguay)

 

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/INFANCIA/TERRORISMO/VIOLENCIA/

Infancia y terror en la vida cotidiana  

Raúl René Villamil Uriarte.

Roberto Manero Brito 

 

 

“John Dollard se dedica a demostrar que el blanco justifica su opresión sobre el negro fabricando primero un estereotipo del negro, y coaccionando luego al negro por todos los medios de presión que dispone, a adecuarse a este estereotipo...Un estereotipo del mismo orden existe también con respecto a los niños, que son objeto de prácticas discriminatorias en casi todas las sociedades. Juzgados y medidos según las normas adultas, son cogidos en falta, y es sobre esa falta que el adulto se autoriza a elaborar un estereotipo del niño, formulado esencialmente en términos negativos: un niño es todo lo que un adulto respetable no es, lo cual es casi tan absurdo como decir de un perro `que es todo lo que no es un pez´ y obligarle a comportarse de la manera menos ´pez´ posible, por ejemplo prohibiéndole nadar.”

                                 Georges Devereux[ii]  

 

 

“...es evidente que los prejuicios no se pueden eliminar totalmente del desarrollo social. Pero si que es posible eliminar la organización de los prejuicios en sistema, su rigidez y -cosa la más esencial- la discriminación actuada por los prejuicios.”

                                 Agnes Heller[iii]

 

 


 

La guerra, la agresión y la violencia en contra del niño.

Las sociedades contemporáneas no pueden ser inteligibles sin un campo de análisis minucioso, sobre el momento histórico en el que se da la globalización del planeta. La implantación de un modelo de desarrollo mundial no se basa sólo en el desarrollo de las tecnologías de punta, ni en el intercambio mundial de mercancías, de mercados, de ideologías y de medios de comunicación, sino que también se diversifica la violencia, el miedo, el terror, la amenaza continua, en donde la guerra es el espectáculo  de la capacidad de destrucción que el poder ejerce, así como su puesta en escena para desaparecer al sujeto, a su comunidad, a su cultura, a su raza.

Las pugnas por el poder entre países han generado muchas resistencias por parte de millones de seres humanos, que pagan el costo de estas tendencias político económicas, con la miseria en la cual viven. El costo en vidas humanas es un dato especialmente conmovedor, sobre todo si se piensa la matanza continua que históricamente plantea el desarrollo. Por eso el ántrax, el terrorismo, los asesinatos,  los homicidios, los genocidios y su exaltación en los medios, es la propagación de la muerte por medio de imágenes, en donde el cuerpo destrozado es un mensaje grotesco, que día a día se transmite a todo el público que obviamente está formado por muchos niños.

Cada vez más, en este campo, el centro de la información inmediata son las imágenes que transmiten diversos registros de violencia por la TV, por el periódico, por las revistas especializadas, por  el radio. O por la comunicación tú a tú. Esta puesta en los medios de tan peculiar y específica información, es un analizador del proyecto de futuro inmediato, que nos tocó imaginar junto con las nuevas generaciones.

Para los niños, el mundo del ahora se les revela en muchas ocasiones por medio de hechos de violencia que se dimensionan en todas sus manifestaciones. Para ellos (suponemos) la vida inmediata se expresa mediante un sistema inagotable de agresión indiscriminada en contra de su integridad, lo que les provoca un proceso complejo y fríamente calculado que arremete desde su nacimiento o desde antes[iv].

Normalmente, estamos acostumbrados a pensar a los niños desde diversos prejuicios, que van desde considerarlos como entes que no se preguntan cosas importantes para ellos o como personas que no están preparadas para tener juicios propios. La realidad del niño frente a la violencia contemporánea y la actitud del mismo ante ella nos permite ver qué equivocados estamos a veces con respecto a los niños. Los puntos de vista infantiles nos devuelven con cierta contundencia una sociedad atemorizada por la difusión del terror que inunda la vida cotidiana, con un clima de inseguridad y amenaza que se instaura en las  etapas más tempranas de la vida.

Si estamos asistiendo a la imposición de un mundo violento  que afecta al ser y lo perturba sensiblemente en los actos que son sumamente significativos, ¿qué sucede cuando este mundo  se empieza a inocular en la infancia como una forma de existir? En este sentido, la guerra, el terror y la amenaza de desaparición son aspectos fundamentales de la formación del nuevos individuos desde la misma vida cotidiana, lo que, tal vez, por ciertos prejuicios culturales y familiares con respecto a los niños, no lo registramos dentro de los riesgos que una sociedad les plantea a ellos. [v]

Esa amenaza de estar en el mundo, produce  angustia infantil por la época que les tocó vivir, estado de ánimo que pasa muchas veces desapercibido por los adultos, ya sea por su propia angustia o por desconocimiento y ceguera. Es una extraña complicidad del sistema social con la familia que se establece por miedo a adentrarse en las dimensiones de profundidad de la violencia.

Las imágenes sobre  violencia, física, social, cultural, religiosa, sexual, racial, etc, no sólo es violencia simbólica contra los niños, es violencia contra los símbolos de la infancia. En el imaginario colectivo de la  infancia, los sistemas de símbolos están fuertemente cuestionados, lo que incide en la construcción de la personalidad y conducta de los niños. Las ciencias de la sociedad tienen que poner más atención a este fenómeno en cuanto a las preguntas que se derivan  de los símbolos de la infancia, entre las que se cuentan:

¿Quién es el sujeto social que perfila en los símbolos de la infancia en las sociedades modernas? ¿La cuota de terror que el niño tiene que pagar en su formación como sujeto, qué país nos dibuja en el presente? ¿El mundo de la infancia y la propagación del terror son en la actualidad parejas indisolubles en el imaginario del niño?

Un ejemplo narrado por G. Devereux merece tomarse en cuenta para ilustrar la relación que muchos niños establecen con la guerra. Este autor cuenta la historia de un niño durante la segunda Guerra Mundial en Budapest. Su abuela, para protegerlo, lo llevó a un departamento lejano a su casa. Pero ocurrió que el lugar fue seriamente amenazado por los bombardeos y el niño estaba convencido de que su abuela lo había llevado a ese sitio para matarlo.

“...el niño era muy joven en aquella época para relacionar lo que sucedía con causas situadas fuera de su universo familiar y de su campo de visión restringido. No podía, por ejemplo, concebir que allí arriba bombarderos, enviados por gente totalmente extraña, pudiesen intentar matarle, a él, cuya existencia de seguro ni siquiera conocían. Los adultos que se mueven en un horizonte limitado chocan  a menudo con problemas análogos.”[vi]

 

Las preguntas de los niños sobre el mundo que les tocó vivir.

Los límites que una sociedad impone a la imaginación colectiva no son en si mismos una determinación, por lo que las preguntas de los niños en ocasiones, se dirigen al autoritarismo de ciertas estructuras de pensamiento, critican y recorren con toda su acidez inocente esa moral, esa lógica, esa razón que les heredamos como una fuente inagotable de sentido sobre el mundo que nos tocó vivir. Los niños preguntan todo, hasta por supuesto, lo más obvio, pues están instalados en lo inusitado, en la sorpresa, en lo que nos toma en la conmoción afectiva cuando nosotros todo lo queremos razonar. Lo que negamos de inmediato es simple y llanamente que los niños están tomados por su pensamiento mágico[vii] y con la virulencia de éste, que cuando menos se lo propone es devastador.

Cuando los niños observan una escena de impunidad y de muerte en la televisión, hacen preguntas letales para el proceso civilizatorio que está en el fondo del para qué es la vida. Para los niños la ética es un principio de realidad y por eso cuestionan el mundo que les tocó vivir. Por cierto, sacuden frecuentemente nuestra  idea de madurez.  Sus inquietudes son múltiples, raras, incomprensibles a la óptica del especialista en Derechos de la Infancia. Las preguntas que hacen son más de raíz que de Legislación de sus Derechos, aunque no está de más, entrar en esta discusión fundamental.

¿Por qué los mataron papá? ¿Quién es Bin Laden? ¿Es bueno o es malo? ¿Por qué mataron a mi tía en un taxi? ¡Que porquería! ¿no? Condones de sabores, después de que los usas ¿ te los chupas? ¡guácala!

¿Cuántos niños murieron en las Torres Gemelas? ¿Qué es el terrorismo? ¿Qué tan lejos está E.U. de aquí? ¿Qué es el Sida? ¿Qué es el fascismo? ¿En la calle me pueden robar? ¿Por qué sale la luna?

Las preocupaciones que expresan los niños sobre el mundo que nos tocó vivir son preguntas de fondo que por ser emitidas por una población menuda, se evaden por constituir una punzante reflexión simple sobre lo complicado del mundo del adulto.

El campo de significación que inagura la pregunta del niño en el mundo de violencia social, es un mundo efectivamente tocado por la dinámica colectiva, por la subjetividad y por el imaginario de los mayores, pero  que los niños desmontan por la ingenuidad de la pregunta a mansalva, que no respeta el proceso de construcción del cómo debe de ser entendido el ahora. La vida cotidiana de la gente mayor encubre muchas certezas infantiles sobre el sentido de la vida.

Para el niño la violencia en cualquiera de sus presentaciones amenaza su integridad, física, psicológica y moral, por lo que las preguntas que se hace, que nos hace, que les hace, están fuertemente relacionadas con el sentido de existir y con la necesidad de saber ¿para qué?

 

La realidad y los medios en el mundo infantil.

El problema es que el niño es una esponja que registra y absorbe indiscriminadamente todo lo que ve (ya que no posee aún capacidad de discriminación). Por el contrario, desde el otro punto de vista, el niño formado en la imagen se reduce a ser un hombre que no lee,y, por tanto la mayoría de las veces, es un ser reblandecido por la televisión, adicto a los videojuegos”.[viii] 

 

No se ha trabajado lo suficiente el sistema de sentido que los medios masivos de comunicación dirigen hacia los niños. No es muy claro cuál es la intencionalidad de promover la violencia extrema cuando pasa indiscriminadamente por las pantallas de un televisor a todas horas, lo que irremediablemente atrapa públicos infantiles, en un número estadístico considerable. Las escenas, los comentarios, y la exhibición de la violencia para los espectadores es un campo de creación simbólica de un mundo intermediado por la incertidumbre, el caos, la confusión y el miedo, lo que efectivamente impacta el mundo infantil que es imantado por la época. La cita con la que se inicia este subtítulo los coloca totalmente a la deriva de los medios, por lo menos durante los dos o tres primeros años de su vida. El niño sí tiene capacidad de discriminación, pero plantea todavía un problema más severo: la conformación del sentido común y la virulencia que caracteriza la conciencia de los niños, para reproducir e inventar otra manera de mirar el mundo que les tocó vivir. 

Un ejemplo del cinismo de los adultos, con respecto a la educación de los niños, se puede observar en las  primeras planas de los diarios, en donde se publican fotografías de cuerpos muertos, deshilvanados, destrozados, violados e impunemente marcados por los símbolos del poder. La cuestión de la imagen devastada entra en un fuerte contraste con la censura moraloide y corrupta que se ejerce en contra de los cuerpos desnudos y sensuales que se puedan mostrar en los kioskos de periódicos, en las imágenes de la televisión, en la red de internet, etc. Los programas de noticias por televisión, las caricaturas y las escenas de violencia dirigida a los cuerpos, toman a los niños de rehenes y los meten en un clima de paranoia social de la que los niños son objeto. La intervención en la cotidianidad de los niños desde esta perspectiva, los amenaza persecutoriamente en su formación crítica.

Este ejemplo puede ser una clave para aquellos grupos de personas que se encuentran amenazados por la inseguridad y la incertidumbre, como una estrategia calculada por el Estado de Terror.

 

“Los grupos sociales utilizan el riesgo para controlar sus incertidumbres y afirmar sus normas en la sociedad”

                                                            Mary Douglas.

  

Otro ejemplo es la violencia en pantalla que promueve riesgos, violencia que por el medio que se transmite también es simulación del riesgo, la que no es menos efectiva que el mensaje directo del hecho violento real. El manejo que hace la televisión de estos acontecimientos es  complejo como  para simplificarlo en una sola óptica, pero basta plantear por lo menos tres dimensiones de apreciación: La que tiene que ver con la banalización, la potencialización del mensaje y, tercero, sus repercusiones en los espectadores. Los tres momentos anteriores sólo pueden ser entendidos bajo otro fenómeno del acontecimiento: su efecto virtual.

En la televisión se pueden transmitir escenas verdaderamente conmovedoras por su crudeza y en el comercial pasar un corte de papel higiénico o de comida chatarra. El acontecimiento de conmoción afectiva aparece ligado a una sensación de consumo. En el caso de los niños, de los jóvenes y de los adultos, este fenómeno de sentido televisivo es una pedagogía.

En el caso de los programas infantiles, tampoco están exentos de mensajes sin tregua, que los coloca ante el mercado de consumo como un proyecto de sociedad, que pone al niño como la inversión de futuro. El problema aquí consiste en el umbral que separa lábilmente la ficción de la realidad violenta. ¿Hasta qué punto el niño puede distinguir este límite sin caer en la vorágine?

 Otra dimensión no menos inquietante, son los comentarios incesantes que hacen los niños en las familias, en las escuelas, entre amigos, entre juegos, sobre los asesinatos, los asaltos, los accidentes o el índice de corrupción e impunidad que sostienen la vida social e individual. Las interpretaciones y respuestas del mundo adulto institucionalizado no son muy tranquilizantes para ellos. Más bien generan confusión y una fuerte necesidad de transformar y crear un mundo diferente, a pesar de que cotidianamente los medios, desde las expectativas de los niños, se empeñan en devastar el  mundo que nos tocó vivir.

 

Los asesinatos y los suicidios desde los ojos tiernos.

La pregunta que se vislumbra es: ¿cómo viven los niños la experiencia de un asesinato o de un suicidio? ¿Qué tipo de encontronazo ético se pone en juego en la educación de los niños, cuando se promueven y se difunden al extremo las escenas de asesinatos o de suicidios? ¿Cómo se puede evaluar esta propagación del terror, que llevan a cabo los medios de comunicación, cuándo? La exposición explícita de imágenes sobre la muerte, no puede disimular la amenaza de devastación que pesa sobre la integridad física de cualquiera de nosotros. Señales de alerta que pesan sobre la significación del cuerpo. Ante tal amenaza de los medios, el niño está expuesto continuamente al terror, que forma pedagógicamente al niño en una sensación de naufragio existencial.[ix]

¿Por qué matan a la gente? ¿Por qué se suicidan? Son preguntas conmocionantes que se hace un niño ante su necesidad de estar vivo. Cuestiones que están en la base del sentido de todo lo que hacemos, pero que evitamos plantearnos de manera fuerte, para no perder las pocas certezas que nos rondan. De lo que no podemos escapar es del estremecimiento que nos produce la impotencia de quedarnos sin respuesta.

Los homicidios denuncian una realidad insoslayable, los seres humanos no se toleran entre sí mismos, lo que puede llevarlos a atentar en contra de sus propias vidas. La intolerancia es tan generalizada, la violencia extrema que inunda las sociedades modernas es tan indiscriminada, que atenta directamente a la integridad infantil, a su desarrollo, a su estar en el mundo. Pero cuando este hecho de asesinar es con impunidad, la lección para las conciencias infantiles es más letal. La evidencia es que el valor de la vida ha descendido consistentemente.

En nuestro caso muy particular, los asesinatos colectivos, la violencia institucionalizada que se convierte en masacres como las de Aguas Blancas, Los Bosques, Acteal, Ciudad Juárez, el 11 de septiembre del 2001, etc., son entre otros muchos casos, símbolos de un poder institucional que impone su forma cotidiana de ejercer su control sobre la gente, en una política de prevención que empieza por el condicionamiento de los niños. El homicidio es una amenaza velada y siempre real o posible en el mundo de los niños que juegan a inventar el mundo.

El niño y la experiencia de la muerte violenta toca también de manera central el suicidio, tiene que plantearse ciertas preguntas éticas sobre el sentido de la vida, sobre el imaginario de violencia y contra el miedo. La inversión de futuro que los adultos depositamos en los niños es un acto perverso, que condena a los niños a ser lo que no fuimos.

El asesinato para el niño tiene los valores éticos de la defensa personal, de sus bienes o familiares, pero no conciben el crecimiento desmesurado de estos hechos en contra de su propia integridad. Es decir, resulta sin sentido que alguien asesine porque la víctima se resista a un asalto, porque entre a la escuela con un arma y se ponga a disparar “así nomás”... Los niños no conciben un etnocidio, un asesinato sin un sentido, sin una novela  que tenga algún contenido ético.   

El asesinato como el suicidio constituyen para el niño un problema de construcción de una ética de sobrevivencia en el mundo, lo que les permite plantearse el universo de participación de su infancia. Si el asesinato es una amenaza para el adulto, el sólo poder pensarlo para los niños es ya una alarma. Los niños están fuertemente amenazados con su desaparición, como resultado de la guerra que subyace a todo proceso civilizatorio y modernizador. Lo anterior puede ser contrastado por miles de estudios en todo el mundo, sobre la experiencia de guerra de miles de parejas que se niegan a tener hijos para no ponerlos en el mundo que les tocó vivir, en una especie de ecosuicidio de la especie humana.[x]

Pero también, la pregunta infantil de ¿por qué los seres humanos se suicidan? es una pregunta  conmovedora, letal y analizadora del sin sentido de todo esto.

El suicidio es un fenómeno social. Constituye uno de los aspectos más críticos y virulentos de la necesidad de existir, a pesar de las interpretaciones psicoanalíticas que se dirigen a la depresión, a una venganza edípica. El suicidio nos interroga sobre algo inevitable de pensar, el odio a nosotros mismos, la intolerancia extrema que asesina al otro como reflejo del yo.[xi] Esta pregunta, cuando circula entre los discursos infantiles, es veneno puro para la matriz imaginaria que sostiene su proceso de aprendizaje en todos los ámbitos.

El quitarse la vida por sí mismo, es una incógnita en el niño, representa una fuerte necesidad de saber el motivo. Aunque en su pensamiento mágico prevalece la muerte heroica, es decir, el tipo que se mata por un motivo romántico, para el niño la muerte debe tener sentido, sobre todo cuando la gente se agrede a sí misma. Y eso no lo puede entender.

En resumen, la idea infantil sobre el sentido de la vida, se encuentra fuertemente interferida por los medios masivos de comunicación y la difusión amenazadora de la violencia y de la muerte,  al punto que el niño  se encuentra en una encrucijada de gran densidad histórica, por todas las preguntas que hace sobre la muerte, lo que en la conformación de su psiquismo puede ser verdaderamente importante.

¿Qué sucede con toda la impunidad que el niño percibe y no se le puede explicar?

 

Los niños y la prostitución infantil

 Existe en el mercado de los ensayos especializados miles de interpretaciones sobre lo que sucede con los niños en las sociedades modernas. El tema recurrente es la explotación de la que son objeto en todos los niveles imaginables. Pero lo que en este espacio interesa señalar, es la representación que una sociedad  se crea a sí misma de sus niños. La sociedad y sus sistemas de significación se inscriben en el niño, en todos los matices de ser niño, desde el niño violentado sexualmente, hasta la caricaturización de su ser infantil que los adultos construyen. Los videos snuff son pedagógicos, por la realidad que muestran y por el proyecto moral de sociedad que se vislumbra en las imágenes que exponen. ¿Por qué se ultraja hasta sus últimas consecuencias al niño? ¿Qué función tiene esta pedagogía perversa?

Ante estas preguntas, una cuestión ineludible es la función del poder prostituído en el cuerpo del niño. La deformación y degradación de sus deseos, ante la estructura autoritaria y devastada de la familia que hace uso de los órganos sexuales de los niños para poner de manifiesto un placer enfermo. Es el odio  de los adultos a sí mismos, a sus mismos hijos, que es el antecedente inmediato del odio al otro, ese otro que soy yo. La prostitución infantil representa un odio a sí mismo. La humanidad proyecta todos sus instintos y pasiones de destructividad en sí misma, es decir en el producto de su propia aventura, los niños.

En la prostitución infantil se incorpora una historia circular, la biografía del sujeto que la promueve y el futuro de la infancia que corrompe, dos tiempos de dos tipos distintos de infancia que en su desfasamiento, se encuentran violentamente, colusión que pone al descubierto uno de los flagelos sociales más comunes en todas las familias, es decir, cómo se explota sexualmente al niño en su mismo núcleo familiar.

 La prostitución infantil en un mundo globalizado nos enfrenta a varias cuestiones entre las que se pueden plantear ¿Qué sucede en una sociedad que prostituye y explota históricamente a sus niños como un modelo universal de configuración de la infancia? ¿Qué tipo de cuota emocional tienen que pagar los niños en esta sociedad para poder ser adultos? ¿El abuso sexual infantil, es una forma temprana de neutralizar al individuo en la búsqueda de su autonomía, prostituyéndolo?

El uso de los niños para intentar  satisfacer los traumas adultos, constituye un analizador que en los días actuales pone al descubierto, a una institución fundamental en el encubrimiento de este flagelo, a la Iglesia Católica u sus prácticas históricas de pederestas.

El tema del abuso y explotación sexual de menores es, curiosamente, un tema poco tocado por  los especialistas. El fenómeno se aborda con ciertas reservas, lo que le resta importancia en el desarrollo infantil, y esto constituye ya una negación flagrante en la forma con la que los niños están  mirando el mundo, y los especialistas que los interpretan y estudian.[xii]

 

Los niños y  el terrorismo: las torres gemelas.

El atentado a las torres gemelas de Nueva York es uno de los puntos de fuga más significativo del mundo moderno, en cuanto a un sistema social de hiperviolencia, que interviene en el niño, en la imagen que se hace de la vida. 

La tragedia del 11 de septiembre del 2001 es una marca simbólica para las nuevas generaciones de occidente, por la vulnerabilidad que pone al descubierto el país más poderoso del planeta. La utopía del fin del mundo es un tema cada vez más recurrente, pero la respuesta de este país, en contra de todo lo que consideran enemigos de los norteamericanos es, sin duda, un ejemplo mundial de dimensiones incalculables que deja patente el llamado terrorismo de Estado. Ante este panorama, los niños están fuertemente implicados en el mundo que les tocó vivir. Si los EU fueron brutalmente atacados, como uno más de los resultados de sus tendencias belicosas, amenazas y guerras para dominar el mundo en nombre de la democracia, ¿cómo explicarles el etnocidio que los EU cometen en venganza contra Afganistán? Este es el imaginario de violencia y cinismo, que afecta la difusión de los medios, la opinión pública, los comentarios familiares, las cosas que se dicen en la escuela. Pero la afección por exposición prolongada al terror en su manera de jugar, en su fantasía, en la manera de inventar el mundo, puede tener consecuencias inimaginables. No se desconoce en esta hipótesis, que no necesariamente es la exposición prolongada lo que puede constituir en el niño una experiencia significativa. También hay experiencias únicas, que marcan contundentemente la infancia.

Cabe decir que ambas situaciones, lo continuo y lo excepcional, son ecos infantiles, que intervienen directamente en mis percepciones de adulto. En ese tenor, las torres gemelas de NY, representan un campo simbólico de transición, de una generación a otra, de un campo de significación de violencia subterránea a un ejercicio de poder inusitado, lo que  es efectivamente, una transferencia de capital simbólico heredado. En este caso ese capital simbólico es un estigma y su retaliación con toda la violencia que engendra. Es el inevitable antes y después del atentado terrorista que consiste en el síndrome postraumático de todo el pueblo norteamericano, pero también y en especial de los niños. Muchos de ellos ya albergan un odio incontenible a los terroristas extranjeros que atentaron contra su país. Las nuevas generaciones de la venganza se preparan. El proyecto es formar al nuevo ciudadano, en una defensa ciega del ser norteamericano. ¿La globalización del odio ante todo lo que no sea nosotros?  

¿Qué significa la relación terror-niño, ante esta descomposición de las instituciones culturales, morales, religiosas  y civiles de la vida cotidiana? Significa el miedo a ir caminando y pasar justo en el momento de la detonación de una bomba, realidad que es muy conmovedora e inquietante para todos, lo que para el niño puede generarle un sentimiento de persecución e inestabilidad ante la inminencia de la muerte.

El terror para el niño, tiene que ver con nombres y situaciones muy concretas, como la posible pérdida de su padres en un atentado o en un asalto.  Para ellos el secuestro, el robo o la posibilidad de morir en un bombazo, por un accidente o simplemente porque sí, constituye una gran pérdida de sentido. Fenómeno generacional que va creciendo de manera importante. Hay que consultar los índices de suicidio de los niños en el mundo, las víctimas de guerra, de hambrunas y de matanzas indiscriminadas. El imaginario de los niños tiene un nivel de verdad histórica y social abrumador, la memoria colectiva de la infancia se encarna en sus fantasías, ensoñaciones y pesadillas. La escatología del nuevo milenio marcada significativamente por una época violenta, toma al niño y lo conduce al límite del miedo o del rompimiento radical con su realidad.

Efectivamente, los índices del síndrome de estrés postraumático han aumentado enormemente en los últimos años. La delincuencia, el terrorismo y el terrorismo de Estado son la realidad cotidiana en la que los niños sobreviven a una normalidad aterradora. La virtualidad de la muerte se encuentra cada vez más cercana. Y si no es la violencia manifiesta del atentado o el asalto, es esa otra violencia más sorda pero igualmente virulenta de la miseria y la exclusión. Los sueños de la infancia son los grandes analizadores del fracaso del mundo adulto. La trampa está en la enorme capacidad adaptativa de la infancia. ¿Qué sucederá después de varias generaciones formadas en estas pedagogías terror?